martes, 29 de abril de 2014

Primer Capítulo...

Este es el primer capítulo de la novela dentro de la primera parte: El Asesino sin Rostro. La historia comienza...


1. EL CABALLERO DEL CÍRCULO MÁGICO


Llegó de entre las sombras. El tupido bosque apenas dejaba pasar la luz de un sol que agonizaba en el atardecer. A pesar de ello, pudo ver la silueta oscura y a caballo, parada a pocos metros, observándole. No había hecho ningún ruido, nada le había advertido de su acercamiento y, sin embargo, allí estaba. Teghan pestañeó temiendo que la sed y el hambre hubiesen dado forma a una alucinación.
—¿Sois la oscura sombra de la muerte que viene a buscarme? —preguntó con temor y esperanza al mismo tiempo—. ¿O acaso un caballero solitario de paso?
El misterioso jinete no contestó. Hizo avanzar a su caballo unos pasos y luego se detuvo. Teghan vio que iba cubierto por una capa negra, cuya capucha sumía su rostro en la oscuridad.
—Si sois la muerte, ¡venid! ¡Os estoy esperando! Y si no lo sois, ¡venid también y medid vuestra espada con la mía!
La figura a caballo no se movió.
—¡Vamos! —gritó Teghan levantándose tambaleante—. ¿Por qué no venís? ¿Tan cobarde sois que no os atrevéis a cruzar vuestro acero con un hombre que ya no tiene nada que perder?
Su voz sonó terriblemente patética en medio del silencioso bosque. La montura del caballero vestido de negro lanzó un resoplido. Detrás de Teghan, su propio caballo respondía mientras se derrumbaba sobre la tierra desnuda y erosionada. La pobre bestia agonizaba. Teghan llevaba esperando que ocurriera de un momento a otro.
El oscuro caballero hizo girar a su cabalgadura para marcharse. Iba a dejarle allí, solo, a merced de una locura que pronto acabaría por adueñarse de él.
—¡No! —exclamó con horror—. ¡No os vayáis, por favor! No lo hagáis… —musitó cayendo de rodillas—. Ayudadme, os lo suplico. ¡Ayudadme!
El desconocido jinete se detuvo y volvió su encapuchada cabeza hacia él.
—Por favor —gimió Teghan—. Por favor, socorredme. Me llamo Teghan, Teghan de Grenvark. Me hallo bajo un encantamiento. Fue esa hechicera maldita —lloró débilmente—. Le dí una noche pero ella esperaba más. Cuando la dejé, me siguió, despechada y al llegar aquí, a lo más profundo del bosque, lanzó un conjuro sobre mí. Llevo atrapado en este círculo mágico desde hace tantos días que he perdido la cuenta. He comido cualquier animal que se ha atrevido a entrar en el círculo y cuanto he encontrado bajo tierra —explicó señalando la tierra removida—. Y pronto habré de comerme a mi propio caballo —musitó entre sollozos volviendo el rostro hacia su moribunda montura—. La lluvia ha aplacado mi sed pero ya no sé cuánto tiempo más podré resistir antes de morir o volverme loco…
Lloró con fuerza, avergonzado, sin atreverse a mirar al misterioso caballero, temeroso de estar hablando solo. Sin embargo, oyó el rumor amortiguado de los cascos sobre la hierba y, cuando levantó la vista, el jinete estaba frente a él.
—¿Cuál es el enigma? —la voz del caballero, inesperada, le sobresaltó. Sonó baja y grave, con matices de dureza.
—¿Enigma? —inquirió Teghan sorprendido.
—Casi todos los hechizos tienen un enigma que ha de resolverse para romperlos. Los que no lo tienen sólo pueden ser rotos por el mismo hechicero que los lanzó. Decidme, ¿cuál es el enigma de vuestro hechizo?
Teghan titubeó.
—Ella… ella dijo que para romper el hechizo había de batirme con un caballero pero que sólo la bestia oculta podría liberarme… La primera parte puedo comprenderla pero el resto… ¿Acaso vos le encontráis algún sentido?
El caballero negro tardó un poco en contestar.
—Un caballero de la Orden del Dragón.
—¿Qué? —inquirió Teghan con un hilo de voz.
—Los caballeros de esa orden llevaban un dragón tatuado en el pecho —repuso el desconocido.
—La bestia oculta… —murmuró Teghan con desolación dejándose caer sentado sobre la hierba húmeda. Después lanzó una carcajada amarga. Los Caballeros del Dragón habían desaparecido hacía más de quinientos años. Cyrelis, la hechicera, lo había sabido hacer muy bien. No tenía salvación…
—Gracias —musitó con voz quebrada—. Otros han huido nada más oír que estaba bajo un hechizo, temerosos de acabar atrapados también. Pero vos os habéis quedado a escucharme. Os doy las gracias por ello.
Se hizo un espeso silencio. El extraño caballero tenía el rostro vuelto hacia un lado, como si estuviera pensativo. Teghan le envidió por estar ahí fuera, libre. Él, en cambio, no podría llevar a cabo la empresa que le había encargado su padre antes de morir. Quizás fuera mejor así. Se resignó.
—Caballero —dijo con tristeza rebuscando en su chaleco. Sacó una bolsa de monedas que abultaba muy poco y dejó caer el contenido en la mano. Tan solo dos monedas de cobre…—. Esto es todo lo que tengo. Si hubiera alguna forma de dároslo lo haría, a cambio de vuestro odre… —le tembló la voz—. Sólo quisiera beber un poco de agua y…
—“Y dejarme morir” —pensó, pero no llegó a decirlo.
El caballero pareció meditarlo. En vano, a juicio de Teghan. Nada de lo que hubiera dentro del círculo podía salir y todo lo que entraba quedaba atrapado allí para siempre. Pero aquel hombre misterioso se apeó de su montura y, sin coger el odre, avanzó hacia el círculo y adelantó una mano, provocando suaves ondas en el halo mágico y semitransparente, que les separaba.
—¡No! —exclamó Teghan levantándose con rapidez—. ¡No lo hagáis! ¡Si traspasáis la barrera quedareis tan atrapado como yo!
—A veces, un enigma puede tener más de una solución, para amargura del hechicero… —dijo el desconocido y, avanzando un paso más, entró en el círculo.
Teghan le miró con la boca abierta, sin poder creer lo que aquel insensato acababa de hacer. El caballero tenía la vista baja y no podía ver su rostro oculto bajo la capucha. Le vio sacar lentamente su espada y colocarla con la punta hacia arriba, en una clara invitación para la lucha. Teghan, tras unos instantes de vacilación, aceptó el reto. Desenvainó su acero y se lanzó contra él, desesperado. Por desgracia, la contienda no podía durar mucho. Se sentía débil y torpe por la falta de alimento, y en un forcejeo, Teghan se enfrentó de cerca al rostro envuelto en sombras de su oponente. El temor le hizo trastabillar y la espada voló de sus manos para clavarse en la tierra. ¡Sus ojos! ¡No eran humanos! Retrocedió un paso asustado. Entonces creyó comprenderlo todo, qué otra solución podía tener el enigma… Cerró los ojos y se hincó de rodillas frente al caballero negro.
—Ahora lo entiendo, no podía ser de otra manera —dijo sin atreverse a mirarle—. Está bien, lo acepto. No sé exactamente quién sois pero, por favor, os suplico… que sea rápido…
Notó que el caballero se inclinaba hacia delante y esperó con la vista baja el impacto fatal de la espada. Sin embargo, éste no llegó. Sintió, por el contrario, como una mano enguantada aferraba con fuerza sus sucias ropas y, de pronto, se vio empujado bruscamente. Cayó sobre la blanda hierba y rodó un poco. Aturdido, se incorporó para descubrir con estupor que estaba fuera del círculo. ¡Era libre! Pero… ¿cómo?
El caballero seguía dentro. Le vio inclinarse sobre el caballo moribundo y después, alzar su espada para dejarla caer con fuerza. El animal dejó de sufrir. Tomó las escasas pertenencias del joven y caminó hacia él.
—“No podrá salir. No podrá hacerlo…” —se dijo Teghan con temor. El caballero, sin embargo, no halló obstáculo alguno en su avance. El círculo había desaparecido. El hechizo se había roto…
Su salvador se detuvo frente a él y le entregó en silencio la manta y las vacías alforjas que había recogido.
—¿Có… cómo? —inquirió Teghan boquiabierto—. ¿Cómo habéis logrado romper el hechizo?
—Sois libre. Eso es lo único que debería importaros —le atajó el desconocido pasando a su lado para dirigirse a su montura.
—Pero… yo debo saberlo, ¡necesito saber cómo lo habéis hecho…!
El caballero nada dijo. Se limitó a montar sobre su caballo con la intención de marcharse.
—¡Decidme al menos cómo puedo pagaros por ello! Daros las gracias no es suficiente…
—No me debéis nada...
—¡Os debo más que la vida! —insistió Teghan—. Decidme una suma, un lugar y una fecha y yo os juro por Learen, la Deinari de las Empresas Difíciles, que allí estaré…
—¡Basta! —exclamó el encapuchado con dureza—. No hagáis que me arrepienta. ¡No quiero recompensas ahora ni nunca!
Y dio media vuelta con su caballo para irse. Se alejó al trote sin despedirse siquiera mientras Teghan, frustrado, le seguía con la mirada. El joven observó después a su alrededor. Se hallaba en medio de un extenso bosque y la aldea más cercana distaría al menos diez kilómetros. No tenía caballo y se sentía débil y desorientado. Pero era libre… ¡Libre!
Comenzó a caminar en la misma dirección en la que había desaparecido su salvador. Las sombras de la noche empezaron a caer sobre el bosque y poco después, la luz plateada de las dos lunas se abrió paso tímidamente entre las frondosas ramas de los árboles. Teghan, algo cansado, pensó en detenerse y buscar leña para hacer una hoguera pero, un poco más adelante, reconoció sorprendido la silueta oscura del caballero y su montura, inmóvil. Le esperaba. Quizás sí quería una recompensa después de todo…
Teghan se apresuró a llegar a su altura y allí miró con ojos dubitativos al caballero. La mano enguantada de éste se tendió hacia él.
—Os llevaré hasta la primera aldea que encontremos… —dijo.
El joven, sonriendo, aceptó agradecido su ayuda para subirse al caballo.
—Gracias —musitó mientras iniciaban la marcha—. ¿Podéis decirme cuál es vuestro nombre?
El caballero no contestó. Teghan decidió insistir.
—Mi nombre es Teghan, Teghan de Grenvark. Me dirigía hacia el territorio de Elsenair para ver si algún noble de la zona contrataba mis servicios como caballero. Y vos… ¿quién sois? ¿Hacia dónde vais?
Silencio. Teghan se armó de paciencia.
—Habéis de responder a algún nombre. ¿No podéis decírmelo?
—Larney… —repuso el caballero finalmente.
—¿Larney? —repitió el joven extrañado—. Larney… —volvió a decir pensativo—. No es un nombre muy común. Jamás lo había oído. ¿Larney qué más?
—¡Larney nada! —le atajó el caballero con irritación.
—Pero… habéis de ser de algún lugar, debéis de pertenecer a alguna familia… ¡No podéis ser solamente Larney!
El aludido volvió lentamente su cabeza hacia él y Teghan tragó saliva. Un rayo de luna iluminó una parte de su rostro y pudo observar con inquietud sus ojos, nuevamente. Parecían felinos como los de un gato. El corazón de Teghan se aceleró por el miedo. No, no parecían, ¡lo eran! Se sintió como si estuviera siendo observado por un león o una pantera, tan terrorífica era su mirada.
—Si apreciáis en algo vuestra vida, permaneceréis callado hasta llegar a la aldea. Si no lo hacéis, os juro que le haré un favor a la hechicera cortándoos la lengua…
Teghan no era cobarde pero le debía demasiado como para hacerse el ofendido. No se tomó a broma su amenaza y guardó silencio mientras el caballero espoleaba a su caballo para que fuera más deprisa.
—“Es un Lurai —se dijo pensando en aquellos extraños y perturbadores ojos—. Sí, debe de ser un Lurai. Por eso esconde su rostro. Ahora entiendo por qué pudo romper el hechizo. ¡Que hecho tan terrible! ¿Cómo debería sentirse uno cuando un maldito hechicero ha hecho experimentos contigo usando animales? Debe… debe de ser espantoso…” —pensó con un escalofrío y sintió compasión por el hombre que le había salvado.
Dos horas más tarde, divisaron por fin una pequeña aldea junto a un río. El caballero dirigió su montura hacia lo que parecía una posada. Sobre un trozo de madera desvaída se hallaba escrito el nombre del local: “El Ciervo Vigilante”. Se trataba de una casa pequeña y más bien destartalada que tenía algunas habitaciones para dar cobijo a los viajeros. Era la única casa que aún conservaba un farolillo encendido en su fachada. El resto de la aldea estaba sumida en la oscuridad de la noche. El caballero desmontó después de que lo hubiera hecho Teghan.
—Entrad. Yo iré enseguida.
—Está bien —musitó Teghan sintiéndose agotado y muy hambriento. Sacó las dos monedas de cobre que tenía—. Con esto tengo para poder invitaros a una cerveza. Dejadme al menos que haga eso.
—Más os valdría comer algo —dijo Larney.
—Cierto —asintió Teghan con un suspiro—. Aunque me muero por una cerveza fría, pediré una cerveza para vos y una sopa para mí.
El caballero se encogió de hombros mientras miraba en sus alforjas. Teghan entró en la posada. Se encontró en una estancia de poco tamaño iluminada por pequeños candiles y con un par de ventanas cuyos postigos estaban cerrados. Tan sólo había cinco mesas rodeadas de bancos de madera y taburetes. Al fondo, sobre una chimenea de piedra apagada, se hallaba colgada una enorme cabeza de ciervo, con impresionantes cuernos, que había visto mejores épocas y que, tal como aseguraba el nombre de la posada, parecía vigilar a cuantos entraban allí. Un rollizo posadero se encontraba limpiando con desgana el mostrador pero cambió de actitud al ver entrar a Teghan. Éste, algo avergonzado de la suciedad de sus ropas, pidió sopa y cerveza y se sentó en una de las mesas, en espera del caballero.
Éste entró poco después y se dirigió al dueño de la posada. Se puso a hablar con él, en voz baja, y Teghan creyó observar cómo el orondo hombretón palidecía por momentos. En aquel preciso instante, una muchacha le trajo lo que había pedido, obstaculizándole la visión. Cuando ella finalmente se apartó, el caballero y el mesonero, ya no estaban.
Teghan frunció el ceño. ¿Dónde se había metido el caballero Larney? ¿Había tomado quizás una habitación y se había retirado a ella? ¿O había vuelto a salir?
El posadero apareció por la puerta llevando una bandeja. Se detuvo ante Teghan y dejó sobre la mesa estofado de carne, pan y patatas especiadas, además de una jarra enorme de vino caliente y aromático.
—¿Y el caballero que venía conmigo? —le preguntó Teghan extrañado—. ¿Sabes dónde se ha metido?
—Gracias a los Deinaris se ha marchado —repuso el hombre con aspecto asustado.
—“¿Se ha ido? ¿Sin despedirse?” —pensó el joven contrariado mirando distraídamente la comida que el posadero acababa de traerle.
—¿Sois amigo suyo? —preguntó el posadero con desconfianza.
—No —repuso Teghan—. Le he conocido hoy. Me ha salvado la vida…
—Entonces es que debía de tener un buen día. Habéis tenido mucha suerte —dijo el dueño de la posada algo sorprendido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el joven confuso—. ¿Y por qué me has traído esta comida? Yo no la he pedido…
—¡Por todos los Deinaris, caballero! ¿Es que no sabéis con quién estabais? ¡Era un Tsiar!
—¿Estás bromeando? —inquirió Teghan estupefacto.
—¿Bromeando? ¡Era un Caballero Tsiar! He visto el Beloram bajo su capa. Y si eso no hubiera sido suficiente, sus ojos relucientes y demoníacos lo han dicho todo —aclaró el mesonero con un escalofrío—. Estoy casi seguro de que es aquél al que llaman “Ojos de Rhumk”. Dicen que el hechicero que le esclavizó hizo experimentos con él antes de convertirlo en un Ténebro y que es tan despiadado y carente de escrúpulos que sería capaz de asesinar a un recién nacido por una miserable moneda de cobre. Allá por dónde pasa va dejando un rastro de cadáveres… —terminó diciendo el hombre con un estremecimiento.
Teghan se levantó de pronto del banco y, rápidamente, salió a la calle. Parado en la puerta vio que el caballero negro y su montura habían desaparecido. Era noche cerrada y por mucho que intentó escudriñar entre las sombras, no logró ver nada.
—No pensareis en iros, ¿verdad? —oyó decir al posadero a su espalda—. Si lo hacéis me veré en serios aprietos. El Tsiar ha sido especialmente generoso con vos. Me ha entregado un buen puñado de monedas por daros cobijo durante tres días, comidas incluidas. Y por si eso fuera poco me ha hecho jurar por mis antepasados que os conseguiría el mejor caballo que pudiera encontrar. Pero me ha amenazado con regresar y arrancarme la piel a tiras si se entera de que no he llevado a cabo cada una de sus peticiones —se hizo un tenso silencio seguido de un gimoteo—. Por favor, tened piedad de mí y no os vayáis…
Las nuevas revelaciones del dueño de la posada dejaron a Teghan aún más sorprendido y desconcertado. ¿Un Tsiar? ¿Un asesino sin escrúpulos, sin moral? ¿Un ser brutal y despiadado? Todo aquello no encajaba con el hombre que le había salvado la vida. No, en absoluto…
—Pierde cuidado –le tranquilizó—. No seré yo quién te convierta en el objetivo de la furia de un Tsiar. Enseguida entro.
Oyó al posadero lanzar un suspiro de alivio y alejarse hacia el mostrador. Teghan se quedó un poco más en la puerta. Todavía no era capaz de salir de su asombro.
—“Bien, Larney, Caballero Tsiar, “Ojos de Rhumk” o como demonios os llaméis —se dijo echando un último vistazo a la oscura calle—. Me da igual lo que seáis. Yo no soy persona que olvide un favor hecho, y menos uno tan grande. No importa el tiempo que haya de pasar, algún día volveremos a encontrarnos. Lo sé. Y os recompensaré por todo cuanto habéis hecho por mí. Lo juro…”
Tras aquella promesa, Teghan entró de nuevo en la posada.


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